Las raves, también denominadas fiestas electrónicas, invitan al público a reunirse y danzar durante largos períodos al ritmo de música producida por medios electrónicos, de sonidos sintetizados y frases repetitivas. Esta cualidad de repetición induce a un estado de alteración de la conciencia, un estado de trance, produciendo una abstracción del entorno y generando una situación de meditación mediante un baile caracterizado por movimientos corporales andróginos. El espacio se presenta como abstracto, el tiempo como infinito. Los danzantes encuentran en estos espacios festivos una manera de alejarse de la realidad, dejar el pasado y abstenerse del futuro. Se entregan al aquí y ahora, en un estado de euforia y elevación espiritual. Hay un placer colectivo y una empatía inexplicable que les aglutina alrededor de la música repetitiva y las luces estroboscópicas. El sentido de pertenencia se ve exaltado, creando lazos intensos entre los habitantes, con una fuerte idea de colectividad sostenida a través de códigos culturales propios: nace el concepto de PLUR, acrónimo que significa "Peace Love Unity Respect"(traducido como Paz Amor Unión Respeto). Su origen es contemporáneo, de los años 80/90 del s. XX, pero podemos encontrar sus principales características en rituales ancestrales, donde chamanes tocaban sus bombos y oraban sus cantos para contactarse con seres superiores del mundo de los espíritus (en términos religiosos/metafísicos), resultando ceremonias intensas de meditación. El presente texto pretende detectar las similitudes entre los rituales originarios y la experiencia contemporánea de las raves, donde su público encuentra sensaciones de libertad y goce supremos.