Hace unos días en España escuché a gente preocupada por los niños y los libros decir que quizá ha llegado el momento de sacar al mediador del medio. No es la primera vez que escucho esto, y tampoco creo que sólo en España haya gente que piense en la necesidad de “dejar a los niños en paz con los libros”, y en particular con los libros literarios. Algo parecido escuché en la feria del libro infantil de Buenos Aires hace unos pocos años en una mesa de editores. Y lo sigo escuchando soterradamente en acciones del actual gobierno de la ciudad de Buenos Aires cuando entrega libros de literatura a cada alumno de la escuela pública con la aclaración de que se trata de un libro para la biblioteca personal, y a los bibliotecarios y maestros se les señala que esos libros no deben ser trabajados en la escuela.
El discurso sobre “desescolarizar” la literatura no es nuevo, y responde a diversas causas y realidades. Ahora bien, desescolarizar la lectura, y en particular la lectura literaria, pensarlo y decirlo en nuestro país, o en la mayoría de los países que conforman el globo terráqueo es lisa y llanamente un acto elitista en la medida en que se olvida que esto significaría impedir a millones de niños la posibilidad de cumplir su derecho a una experiencia estético-literaria; niños para los cuales la escuela es la única oportunidad disponible de acceso a la literatura, y podríamos hacerlo extensivo al arte y a productos culturales comúnmente reservados a una minoría en nuestras sociedades.