En la noche del 20 de marzo de 1861 se produjo un violento terremoto con epicentro en el radio céntrico de la ciudad de Mendoza. El problema de la reconstrucción de la capital en ruinas planteó como nunca antes había sucedido en el seno del grupo dirigente, la polémica de la ubicación de la nueva ciudad. La edificación de una nueva ciudad implicaba una nueva sociedad, la cual rompía los lazos con la tradición hispánica y colonial y respondía a la nueva ideología reinante en el país: orden y progreso.
Esta etapa de organización se caracterizó, a nivel local, por los “gobiernos de familias”, muchas de ellas nuevas, surgidas de una oligarquía comercial y agraria, que rigió la provincia por más de medio siglo. La oligarquía mendocina mantenía entre sí relaciones socioeconómicas y compartían sentimientos comunes. Poseían una “moral común” que les garantizaba el intercambio de servicios y atenciones que recíprocamente se prestaban, sin distinción de partidos políticos; sólo eran fieles a sus intereses. En este sentido, este grupo de familias constituyó la élit dominante que mantuvo en sus manos el desarrollo económico de la provincia y propició un programa de cambios consensuado por todos en sus partes fundamentales, a pesar de los cambios de gobierno.
Como Mendoza carecía de universidad (ésta recién se fundó en 1938) para seguir estudios superiores era necesario trasladarse a Córdoba, Buenos Aires o Santiago de Chile. Esto determinaba que sólo pudieran acceder a una preparación profesional, los jóvenes de las familias pudientes. De esta forma la élit mendocina se vinculó a las élites de otras provincias.
El Colegio Nacional surgido en 1864, por la ley de Mitre, y la Escuela Normal de Señoritas fueron las dos instituciones educativas que formaron a los hijos de las “familia decentes”, lo que se observa en las listas de sus egresados. Los profesores eran designados por una comisión formada por vecinos propietarios (criterio socioeconómico de selección); quienes los elegían de acuerdo los lauros académicos y de prestigio. Sin duda, el objetivo que se proponían era formar al grupo de dirigentes que ocupara puestos de relevancia a nivel provincial y nacional.
Siguiendo el modelo del colegio porteño el decreto de creación dispuso que en el Colegio mendocino se enseñarían Letras, Humanidades, Ciencias Morales y Ciencias Físicas y Exactas (Art. 1º) ajustándose al programa de estudios y reglamento que rige en el Colegio Nacional de Buenos Aires, al cual emuló en su planes pedagógicos. El Colegio Nacional Mendoza cumplió la labor de alfabetizar, incorporar a los hijos de inmigrantes a la cultura nacional, formar a los futuros líderes políticos y culturales y a la vez, servir a las necesidades económicas de la región.
Como reflexión final se puede sostener, como bien lo señala diario Los Andes en ocasión de la celebración de las Bodas de Diamante de la institución:“...el establecimiento ha visto pasar por sus aulas a los contingentes mendocinos que culminaron en las universidades sus estudios, o que se esparcieron en distinta direcciones, con orientación diversa, ya por las fecundas tierras de la Provincia en busca de sus posibilidades agrícola, industriales y económicas, o bien por las tierras de la Nación o del mundo, como peregrinos habilitados intelectualmente para hacer frente a las exigencias y acicates de la vida” (Los Andes, Mendoza, 20/3/0940).