Con el avance e innovación de las Tecnologías de la Información y Comunicación y la revolución tecnológica actual, la diplomacia tradicional se ha visto obligada a migrar de locación o de escenario principal. De los grandes palacios y embajadas, a registrarse en una red social y elegir un nombre de usuario que la haga fácilmente identificable con “X” persona o ministerio en particular. Y listo, a partir de ese momento, cada tuit se convertirá en una enunciación con igual carácter de relevancia que un discurso pronunciado en rueda de prensa o cadena nacional.
Lo cierto es que, como sostiene González Parias (2019), desde el surgimiento del Estado-Nación como forma de organización política, la política exterior se convirtió en el mecanismo legítimo por medio del cual interactuaban y se relacionaban los diferentes Estados. Por lo tanto, la política exterior ha sido tradicionalmente monopolio exclusivo de los mismos.
Lo anterior es también una característica propia de la política exterior latinoamericana, la cual históricamente ha sido una esfera excluyente debido a la estructura constitucional e institucional, en donde su construcción recae en su mayoría en el ejecutivo, generando así una diplomacia presidencial y personalizada.
No obstante, gracias al avance de las TIC’s se han abierto nuevas posibilidades, no solo a la hora diseñar y poner en marcha la política exterior, sino también a la hora de intentar romper el monopolio excluyente que tradicionalmente ha tenido el Estado en el diseño y dirección de esta política.