El mundo postsoviético configura un espacio de repúblicas en permanente tensión. Sea por razones geográficas, étnicas, nacionalistas, políticas o raciales, la perenne fragmentación deteriora la convivencia y presupone un riesgo latente para los civiles que quedan atrapados en esos limbos territoriales. La intangibilidad de las fronteras suena a una entelequia configurada a los fines geoestratégicos tanto de los implicados en forma directa, como de los proveedores y garantes del entorno geopolítico.
Tanto armenios como azeríes ven en Nagorno Karabaj un proceso identitario de pertenencia que implica la guerra propiamente dicha en todas sus formas y variables. Mientras Azerbaiyán sostiene que el territorio le pertenece de iure y pone de relieve el reconocimiento de la comunidad internacional en su reclamo, Armenia alude a una reivindicación histórica y étnica en representación de su pueblo. Ambas repúblicas ven un interés nacional que se conjuga con sus imperativos estratégicos.