Casi siempre a lo largo de su historia, la humanidad se ha expresado en términos de dicotomías.
En sintonía con esto, hace algunas décadas, se clasifica a los países entre aquellos “desarrollados” y aquellos que no lo son, denominados subdesarrollados, o en vías de desarrollo y son aquellos que en este último proceso podrán alcanzar la situación de los primeros.
Hablamos de desarrollo cuando una sociedad consigue niveles satisfactorios de crecimiento económico sostenible (es decir perdurable en el tiempo), prácticas de interacción humana con un fuerte grado de convención social, modos de organización política objetivados en instituciones democráticas, y una cultura portadora de los valores y creencias modernas, esto es, que vayan en línea con la racionalidad en lo económico y las libertades en lo político y social.
Este concepto de desarrollo, debe entenderse desde una perspectiva integral, de cuatro dimensiones interactivas (dimensión económica, dimensión político-institucional, dimensión cultural y dimensión internacional) que, cuando logran avanzar en el sentido indicado generan situaciones de desarrollo y prosperidad, pero que, cuando no lo hacen o lo hacen asincrónicamente, dan como resultado el subdesarrollo.