El color de los ojos es un carácter fenotípico conspicuo en los humanos y su variación es una de las manifestaciones más relevantes del aspecto físico entre los individuos. A pesar de que la variación genética subyacente a este fenotipo es distinta según la población estudiada, la mayoría de los estudios genómicos están basados en individuos de ancestría únicamente europea, faltando información sobre dicha variación en otras poblaciones del mundo (Beleza et al., 2013). Dentro del continente europeo el color del iris se correlaciona con la latitud, lo que podría explicarse por una selección natural y una selección sexual (Liu et al., 2010). Se cree que la pigmentación oscura siempre estuvo presente en los humanos y que ha sido favorecida por una selección adaptativa en regiones con alta incidencia de radiación ultravioleta procedente de la luz solar, ya que cumple un rol de protección contra la fotólisis de folato, el daño al ADN que aumentaría el riesgo de cáncer de piel, y un posible daño a las inmunoglobulinas. De esta manera, una correlación entre la pigmentación de la piel y los niveles de radiación ultravioleta a nivel mundial indica una adaptación ecológica positiva, aunque la selección sexual también ha sido importante, especialmente en relación con el color del pelo y de los ojos (Wilde et al., 2014). Notablemente, no existe una función fisiológica conocida para estas últimas características (Sulem et al., 2007). Se considera que el color de los ojos se asocia a la selección del color de la piel ya que se trata de carácteres poligénicos que pueden sufrir efectos pleiotrópicos (Wilde et al., 2014).