Para realizar un análisis de la actualidad de los procesos de integración en América Latina, necesariamente nos tenemos que remitir a las ideas de la corriente de pensamiento integracionista, al cual podemos definir como el conjunto de postulados que sirvieron de fundamento, a lo largo de la historia, a un sinnúmero de acciones y políticas que conformaron diferentes entidades regionales con objetivos, dinámicas y esquemas teóricos propios y diversos (Bogado Bordazar, 2020).
El integracionismo en nuestra región estuvo vinculado a la idea de regionalismo, el cual ha sido definido como la reunión de un limitado número de Estados ligados geográficamente y con un alto grado de interdependencia entre ellos. Y en el caso de América Latina, también identificamos una historia en común, un lenguaje y una identidad cultural (Oyarzún Serrano, 2008). A estas características les sumamos el interés de conformar una identidad compartida que sea capaz de construir –a través de la cooperación− sociedades interrelacionadas que puedan desarrollar políticas sociales comunes (ya sea de educación, cultura, libre circulación de personas y salud, entre otras), o coordinar estrategias para enfrentar desafíos externos (Hurrell, 1995).