Durante largo tiempo las técnicas del dibujo fueron las únicas disponibles para fijar imágenes inmediatas, tanto a los fines de comunicar y proyectar, como de registrar el mundo circundante.
Desde tiempos remotos está instalado en lo cotidiano, como una práctica extendida, que excede el arte.
Nosotros vamos sin embargo a referirnos a un grupo particular de objetos intencionales de dibujo, aquellos que pertenecen al horizonte de sentido de los objetos de arte. La delimitación no es nada fácil, porque puede observarse que luego del arduo camino para conquistar su autonomía, la esfera del arte, desde las vanguardias de principios del S.XX, tiene como uno de sus objetivos fundirse en lo cotidiano.
Por otro lado, al tratar al dibujo como una disciplina artística, no hacemos más que aplicar una determinación histórica concreta, para encerrar bajo una definición la singularidad de las prácticas, con el fin de justificar un objeto de estudio y hacerlo transmisible. Desde luego, la delimitación en disciplinas que sigue la clasificación académica, con los fines de la crítica o de la enseñanza, puede resultar un empobrecimiento. De hecho, si pensamos en las obras y procesos más tradicionales (aquellos que coinciden con la definición del dibujo clásico) las prácticas se recortan a la tipología clásica, pero buena parte de las obras contemporáneas que se suelen inscribir en este campo, justamente encuentran su razón de ser apoyándose en otros modelos.