El 19 de agosto de 1894 apareció en Buenos Aires el primer número de la Revista de América, dirigida por dos escritores: uno, conocido; el otro, desconocido. El conocido era Rubén Daríos el desconocido, Ricardo Jaimes Freyre. Curiosamente, los dos extranjeros, pero tal condición nada importaba en la “cosmopolita” Buenos Aires (si antes había significado poco, menos podía significar en el creciente alud inmigratorio que particulariza a aquellos años).
Acierto fue de Darío el asociar a su nombre, ya famoso, el de Jaimes Freyre, cuya obra literaria no pasaba entonces de tímidos tanteos. Es muy posible, sí, que en la confianza dispensada por Darío pesara algo, aparte de lo que veía en el joven boliviano, el prestigio de Julio L. Jaimes (“Brocha Gorda”), padre de Ricardo, antiguo amigo de Ricardo Palma y miembro de la redacción de La Nación. No está de más saber que Darío dedicará después a Julio L. Jaimes las Recreaciones arqueológicas, serie de poemas que figuran al final de las Prosa profanas de 1896.