El acopio de agua dulce como fuente de suministro para el abastecimiento de la población fue una preocupación en todas las épocas. La disponibilidad de cantidades suficientes de dicho recurso para afrontar tiempos prolongados de crisis, ya sea en estaciones de sequía o en casos de conflagración, demandó la ejecución de proyectos sumamente complejos y muy costosos. El sitio de almacenamiento más conocido por su estado de conservación, antigüedad de la construcción (primera mitad del siglo VI) y capacidad es, sin dudas, la Cisterna de Yerebatan, también conocida con los nombres de Cisterna de la Basílica o en idioma local Yerebatan Sarnici (Estambul, Turquía).
En América, una obra equivalente por su grandiosidad y casi simultánea con la anterior fue realizada por los mayas en Tikal (Departamento de Petén, Península de Yucatán, Guatemala). Obviamente, su origen es independiente de cualquier influencia del viejo mundo. La ciudad se extendía sobre la ladera de una colina y sus calles inclinadas estaban parcialmente revestidas de yeso (CaSO4.2H2O) para conducir el agua de lluvia hacia varios reservorios (embalses) ubicados en pleno centro urbano y zonas aledañas. En este punto se torna relevante destacar el manejo, además del control hidráulico, que tenía dicha civilización con relación al sistema de captación, almacenamiento y distribución de agua por medio de canales. Sin embargo, con el paso del tiempo la mayoría de las evidencias han desaparecido casi completamente. De los reservorios situados a mayor altura sobresalen el del Templo y el del Palacio [5-10]. Una descripción detallada de los tres depósitos señalados (uno en Estambul y dos en Tikal) permite apreciar las principales características de sus respectivas arquitecturas.