Las dos cuestiones que nos preocupan y nos motivan: una hoja en blanco, el espacio sonoro en silencio, la pantalla audiovisual vacía, ¿constituyen una provocación, un desafío o un signo de impotencia?; y, ¿cómo colocamos en el centro del debate sobre la modernización de nuestro espacio, el carácter insoslayable de la producción de la imagen audiovisual como una herramienta múltiple en la construcción de un nuevo tipo de poder?
Cuando Bioy Casares, en boca de Morel, exorciza todas las metáforas y nos provee del medio total, sólo nos plantea "promesas realizadas".
Nada nos dice de las formas de apropiación de esas herramientas, de las técnicas posibles, de los saberes consecuentes, de las miradas, de las personas y los intereses.
Cuando Walter Benjamín nos implica, como periodistas, en las "explicaciones de cualquier fenómeno", en la imposibilidad de concebir una "di-versión", en sólo "entretener"; o cuando Gerald Millerson’ nos describe cuáles son los pasos sucesivos de la "puesta de cámaras" o de la única posibilidad del guión, nos "retan" recetariamente a su reproducción: sólo es necesario comenzar por el punto 1.
Pero ante la proliferación de los tambores en una pretendida "globalidad de la aldea", la música sigue siendo la misma y con un solo flujo de transmisión.
Entonces... ¿qué posibilidad tenemos los que hemos decidido no solamente dedicarnos a la pedagogía de la comunicación audiovisual, sino dedicarnos a la pedagogía de la comunicación audiovisual desde una perspectiva crítica de las prácticas comunicacionales hegemónicas, con una propia producción como ariete gnoseológico y epistemológico?