En una reseña punzante de Nuestros años sesentas de Oscar Terán, arriesgaba Omar Acha que “como historia” ese libro era un “jeroglífico”, para concluir que entonces era “un clásico de nuestras letras”. Sospechaba erróneamente por mi parte que, en ese mismo escrito publicado en 2013, aludía Acha a cierta condición monstruosa que envolvería a ese pudoroso y tan significativo libro. Quizás el malentendido se había nutrido de la célebre observación de Martínez Estrada a propósito de esos libros nuestros que sólo se pueden leer con miedo. Bien: propongo que por lo pronto Una nación para el desierto argentino es un clásico por esta convergencia entre el jeroglífico y el miedo. Lo ominoso lo cerca y nos cerca a nosotros que nos rendimos ante él, aun cuando hayamos querido cada tanto poner en entredicho los fundamentos metodológicos, políticos e ideológicos del campo historiográfico que empezó a constituirse hace cuarenta años -del que formamos parte desde alguno de sus márgenes-, y que ubicó al libro en cuestión como a una de sus piezas fundamentales.