Una propuesta educativa se constituye con aspectos pedagógicos, culturales, políticos, sociológicos, económicos, tecnológicos, etc. Las tecnologías atraviesan y modifican las sociedades, no pueden “per se” resolver el problema de la distribución social del conocimiento pero sí creemos que integrarlas críticamente a la educación. En cualquiera de sus niveles potencia las posibilidades formativas y se constituye como un factor importante para la apropiación de las mismas y la reducción de la brecha digital. Aprender con tecnologías ofrece oportunidades cognitivas diferentes a aprender sin ellas. A pesar de los cambios que los sistemas educativos en general y las universidades en particular intentan, seguimos enseñando en las aulas.
El “aula” como dispositivo es un formato escolar que se constituye en espacio y soporte de la enseñanza. No es “natural” está naturalizada y se define por una estructuración material (organización del espacio – mobiliario - recursos pedagógicos) y una estructura comunicacional (quién habla, dónde se ubica, qué flujos comunicacionales se habilitan).
A partir de la inclusión de las tecnologías digitales en los procesos de enseñanza, las aulas se estructuran en nuevas configuraciones. Así encontramos: aulas extendidas y / o aumentadas, aulas virtuales, modelos 1 a 1, digitales móviles, aulas porosas, etc.
Más allá de las cuestiones conceptuales y / o técnicas para abordar estos “tipos de aulas”, la inclusión de tecnologías digitales inexorablemente deja espacio “al afuera” para que el aula se atraviese con otros conocimientos. Permite interactuar con el “afuera” en un fluir de producciones que salen del espacio áulico, se nutren a partir de la circulación en la web y regresan al entorno de las aulas como insumo enriquecido de trabajo. Dice Carina Lion: “Existe mucha información que los jóvenes traen, y hay que aprovecharla. Lo que no podemos hacer es cerrar el aula. Cuanto más nos cerramos, más nos perdemos de ver que se puede construir un aula distendida, porosa”.