La modernidad distinguió el trabajo del ocio, el trabajo como la participación en la esfera de la producción, y el ocio como el tiempo para disfrutar de los frutos de ese trabajo. En estas esferas o ámbitos delimitados por la modernidad no fue sencillo para algunas actividades encontrar un lugar. Las actividades del mundo de la cultura y el saber fueron consideradas como ajenas a la producción y la creación de valor económico, y tradicionalmente definidas como aquellas en oposición al trabajo y a la economía.
En el pasado las actividades culturales poco importaban a la teoría económica. Para Adam Smith o para David Ricardo el gasto en artes no contribuía a la riqueza de la nación; para Smith la cultura era el dominio del trabajo no productivo, aunque implícitamente reconocía los efectos externos del gasto en cultura.
Sin embargo, en las sociedades contemporáneas se produce una resignificación de las actividades culturales, que pasan a ser reconocidas tanto por su valor simbólico como por su valor económico.
Tal es así que se ha venido desarrollando en los últimos tiempos un área de especialidad en la economía enfocada al estudio de la cultura.