Luego de más 10 años de intervención de los Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, la insurgencia Talibán está lejos de ser derrotada. La producción de opio –una actividad tradicional en la zona- y su transformación en heroína –una nueva demanda del mercado consumidor mundial- se han convertido en una economía casi legal que permea, corrompe y debilita a los estados vecinos. Los dividendos del tráfico se han convertido en la principal fuente de financiamiento de Al-Qaeda y los Talibanes, otorgando a la relación entre ellos el carácter de un alianza narco-terrorista.