Hubo teólogas que percibieron tempranamente el vínculo entre la limitación de los derechos de las mujeres y una cultura religiosa católica de corte masculino, blanco y heterosexual. En los setenta se animaron a señalar que la injusticia social y eclesiástica también se arraigaba en la experiencia de la sexualidad, por lo que fueron acusadas de traicionar la causa única de la liberación de los pobres. La alianza posterior con las luchas feministas de la región se tradujo en su expulsión de los lugares conquistados. Hoy son parte de una extensa red que reclama el derecho al aborto y se enfrenta a los inmensos poderes de la Iglesia.