En la ciudad de Córdoba existen dos circuitos diferenciados de producción y difusión de música de raíz folklórica argentina, la zona tradicional y la zona alternativa. Salir a una peña al interior de estas zonas implica relacionarse con modos específicos de restaurar una definición de tradición, de bailar, de hacer género, valores y afectos. Escuchar folklore entonces, es un proceso de producción de sentidos, una trama que relaciona diferentes aspectos. Un proceso socialmente situado que difiere en función de las zonas de producción y de las competencias que tenga el agente social y de la gestión que hace de ellas.
El presente trabajo tiene por objetivo reflexionar sobre los procesos de recepción realizados por el público de estos dos circuitos de peñas: ¿Qué les interesa a los propios agentes de la música? ¿Qué es para ellos música y que no? ¿Bajo qué circunstancias y de la mano de quiénes la música se hace música? ¿Qué morales se ponen en juego? Y ¿qué se le exige a la música que haga? Para responder a estos interrogantes a partir de veintidós entrevistas en profundidad realizadas a peñeros y de observaciones hechas en campo se elaboró un “mapa de escuchas” (Díaz, 2015: 244). El conjunto de opciones que realiza un agente es más o menos sistemático, y si se comparan las preferencias de diferentes sujetos, se puede trazar un sistema de recurrencias o mapa de un grupo determinado. Para que una música interpele a un sujeto se ponen en juego dos dimensiones que interactúan: la estructura de la música, es decir sus aspectos sonoros, verbales, visuales, corporales y patrones de comportamiento, y el propio agente social con su lugar, trayectoria, momento biográficos y competencias sociales. El mapa de escucha es una herramienta de gran utilidad para comprender que las selecciones que hacen los agentes de espacios de escucha colectiva, así como los sentidos que le adjudican a las propuestas musicales, son parte de un conjunto de estrategias de construcción valorada de su identidad social.