Con la llegada de Lula Da Silva al Palácio do Planalto se dio por terminada una Política Exterior signada por el contexto de confianza en el orden liberal económico y financiero y de defensa del status quo.
La estrategia de Política Exterior del gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) se sustentaba en la adhesión a los regímenes internacionales, incluso los de carácter liberal, sin perder la capacidad de gestión del Estado. Esta estrategia para obtener una mayor libertad de maniobra en el Sistema Internacional ha sido denominada como “autonomía por la participación” (Cepaluni y Vigevani, 2007) y por la misma, Brasil sería capaz de influenciar en la formulación de reglas en el sistema internacional.
Tanto su gobierno, como el de Fernando Collor de Mello (1990- 1992) son ejemplos de gobiernos asociados al “paradigma americanista” que han sido lo suficientemente pragmáticos para adaptarse a diferentes contextos preservando el principio de autonomía como eje de la Política Exterior brasileña. El foco estaba puesto en desarrollar al país económicamente preservando al mismo tiempo cierta autonomía política. Si bien el alineamiento con Norteamérica requiere cierta flexibilidad, no contempla el abandono de la idea de la autonomía como principio de la Política Exterior, en tanto que se preservan los intereses nacionales. Aspectos como “el imperativo del desarrollo económico, la búsqueda de la paz, la extensión del alcance geográfico de las relaciones exteriores, la restricción del poder de las grandes potencias y el deseo de construir un orden internacional más equitativo” han estado presentes en el accionar externo de este país (Actis, 2014:3), cuya máxima expresión fue el accionar externo de la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva (2003 - 2010).