La región del Cáucaso históricamente ha presentado un dilema para la seguridad de las potencias que la rodean- Rusia, Turquía e Irán- por ser el hogar de diferentes nacionalidades y por estar en la entrada de Europa y de Asia.
En las repúblicas del Cáucaso Norte, perteneciente a la Federación Rusa, la situación es más compleja aún por ser el hogar de numerosas naciones -históricamente combativas a la autoridad rusa- las cuales presentan bajos índices de desarrollo socio económico y crean un potencial foco de inestabilidad.
Esta multiplicidad de naciones, sumada a un difícil contexto geográfico, posibilitó que este sea un territorio desafiante a la hora de controlarlo efectivamente e imponer la autoridad estatal. Uno de los recuerdos más recientes son las dos guerras de secesión chechenas durante la década de los noventa principios del 2000.
A pesar de la imposición de la autoridad rusa y el impedimento de la desintegración estatal, la región presenta un marcado atraso económico y social producto de las secuelas de los prolongados conflictos.
Ello genera un caldo de cultivo adecuado para la proliferación del radicalismo religioso y nacionalista socavando a mediano y largo plazo la débil estabilidad actual.
Teniendo en cuenta este tenso contexto el Kremlin ha venido desarrollando diferentes estrategias para estabilizar la región. Desde medidas económicas, como subsidios y proyectos de infraestructura, hasta políticas como relacionarse con las elites de poder locales y cooptar su lealtad. Sin embargo, estas estrategias, al ser dependientes de financiamiento económico y de concesiones a líderes regionales, pueden presentar serios desafíos a su efectivo resultado a largo plazo.