El miércoles 12 de agosto el presidente de nuestro país Alberto Fernández anunció que el Laboratorio AstraZeneca firmó un acuerdo con la fundación Slim para producir entre 150 y 250 millones de vacunas para toda Latinoamérica con excepción de Brasil. Asimismo, señaló que las mismas estarán disponibles para el primer semestre de 2021 y que su distribución será equitativa para todos los países que la demanden. Además, destacó que “la producción latinoamericana estará a cargo de Argentina y de México y eso permitirá un acceso oportuno y suficiente de la vacuna a toda la región. Serán los puntos referenciales y me alegra que podamos traer una solución al continente.
Es una linda noticia, un dato esperanzador”.
Este anuncio abre una serie de consideraciones que pasarán a detallarse a continuación:
La carrera por la vacuna está en marcha desde el momento en que la enfermedad generada por el virus COVID-19 fue declarada como pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en marzo del corriente año. Desde allí hasta hoy varios ensayos están en desarrollo llevados a cabo por diversos laboratorios, compañías e institutos de investigación de todo el mundo.
Es así que para la OMS actualmente hay en desarrollo más de 175 vacunas en todo el mundo, de las cuales 41 ya están siendo probadas en humanos”.
Como indican diversas notas de opinión sobre la cuestión, “la disputa científica por llegar a la meta es acompañada por una puja geopolítica. Tanto que China y Rusia han aprobado la aplicación de sendas vacunas a su población sin que se completen las 3 fases que marcan los rigurosos protocolos internacionales para la aprobación de una vacuna”.
Mientras tanto hay otro grupo de ensayos que ya están en fase 3: la vacuna de Oxford (Gran Bretaña), la desarrollada por el laboratorio Pfizer (Estados Unidos, EE.UU, Alemania y China), Moderna (EE.UU) y la que está preparando el Instituto Murdoch en Australia.
Como indican Thomas Bollyky, y Chad Bown, la forma en que han actuado muchos países desde que comenzó la pandemia da cuenta de que quienes están desarrollando la vacuna van a asegurar las dosis suficientes para sus respectivas poblaciones. Mientras que luego se verá cómo ingresa el resto de los países en el reparto, aunque en dichos territorios haya trabajadores de la salud o personas de riesgo sin acceso a la misma.
Este “nacionalismo de vacuna” puede traer graves consecuencias en el sistema internacional de relaciones. Entre otras cosas podría existir un aumento de precios de los países fabricantes a quienes lo demanden, quedando limitados en cantidad de dosis no sólo parte de las poblaciones de países ricos, sino fundamentalmente los países de bajos o medianos ingresos. (Bollyky y Bown, 2020: 1) Todo esto traerá como consecuencia, desde la mirada de Bollyky y Bown, “un intenso resentimiento contra los países que acaparan vacunas, lo que pone en peligro el tipo de cooperación internacional que será necesaria para abordar futuro brotes”. Para evitar esto se necesita de un sistema de cooperación global muy aceitado y los líderes políticos tienen un rol central para torcer el rumbo de lo que se vio hasta acá. (Bollyky y Bown, 2020:2) La cooperación internacional está en juego. No podemos vaticinar qué harán los primeros mandatarios de los países pero las circunstancias que estamos viviendo hoy nos invitan a pensar otras variables de análisis en relación a cómo es considerada la vacuna.