Creo redundante insistir que hoy, todavía, la problemática vinculada con las toxoinfecciones alimentarias continúa siendo motivo de severa reflexión. ¿Es acaso por desconocimiento de sus intrincados mecanismos? ¿Es debido, además, a vicios en la información, producción, distribución y, como es de esperar, a la demora en el reconocimiento precoz del padecimiento o en el descuido en la vigilancia epidemiológica? Creo mejor dejar a un lado el discurso y aceptar francamente que todo padecimiento originado por un alimento contaminado, o mal procesado, involucra una constelación de hechos y circunstancias que, en más de una ocasión, son producto de la desidia.