En los cursos de microeconomía existe una tendencia por la cual se intenta lograr una estandarización de los contenidos siguiendo a una tradición “manualística” que en su afán de homogeneizar tópicos, lleva el germen del adocenamiento intelectual en teoría económica, y como resultado de ello se eliminan explicaciones alternativas a teorías de los precios que en punto a coherencia lógica en economía, se desarrollan utilizando las famosas tijeras marshallianas o variantes estáticas y de equilibrio parcial, en la necesidad de afirmar algo sobre las causalidades de las variables económicas. No en vano Joan Robinson afirmó sobre este autor que era el único neoclásico que no se embrollaba con las flechas del tiempo aunque tirara “gas lacrimógeno” para ocultar sus fallas en sus principios. Los modelos de equilibrio general en cambio difícilmente ofrezcan alguna utilidad en recomendaciones de política económica bien por su metodología estática, bien por la eliminación de causalidades inherentemente temporales de la economía. Pero desde la década del veinte, esta formulación marshalliana comenzó a mostrar falencias que rayaban en una incomprensión de lo que significaba salir del “ceteris paribus”, alejarse del cortísimo plazo y dar cuenta de los rendimientos en la economía. Si bien hasta ese momento en Inglaterra, era de sentido común que “todo estaba en Marshall”, rápidamente se extendió un debate entre los que se contó -entre los mas radicales- a Sraffa y su critica al esquema de equilibrio parcial: inaplicabilidad empírica e incumplimiento de independencia entre curvas de oferta y demanda (asimetría vs. simetría fundamental en Marshall).