Los cuerpos que transitan por las fronteras lo hacen, en algunos casos, en completo estado de nuda vida, donde los migrantes forzosos son estigmatizados, controlados, o son dejados a la deriva en el mar o en el desierto.
El racismo se pone en juego también en las categorías que se emplean para ―clasificar‖ a los migrantes que arriban a Europa: refugiados, migrantes económicos, migrantes irregulares, mal denominados ilegales, lo que profundiza la colisión entre las fronteras y los derechos. El cuerpo mucho tiene que ver con ello, sobre todo cuando se trata de cuerpos racializados.
De esta forma, los cuerpos migrantes (regulares e irregulares) pueden ser sometidos a la visibilidad y constituirse en posibles destinatarios del control permanente. El cuerpo comienza a asumir una imagen que le permite postular una serie de equivalencias e igualdades entre los objetos del mundo que lo rodea. Aún hoy prevalecen las ideas de la existencia de diferencias según la biología: a través de una multiplicidad de mediciones se buscan pruebas irrefutables de la pertenencia a algo llamado raza, de los signos manifiestos, inscriptos en la anatomía, de la degeneración o de la criminalidad.
Así como afirmo que la frontera se encuentra inscrita en el propio cuerpo del migrante y ese cuerpo extraño, es frontera encarnada, también se hará hincapié en, siguiendo a Mbembe, las políticas de la visceralidad para hacer frente ante tantas violencias. Los cuerpos migrantes atraviesan estos territorios en situación de nuda vida, creando, en plena contingencia, imprevistas, paradójicas, desesperadas, acciones de lucha y resistencia.