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El análisis de los perros (Canis familiaris) recuperados en sitios arqueológicos es relevante por sus implicancias culturales, tafonómicas y paleoecológicas. Desde el punto de vista antropológico, a lo largo del mundo se ha identificado la participación de los perros en las esferas económicas (e.g., ayudantes laborales como caza y pastoreo, como fuente de alimento), sociales/simbólicas (e.g., animales de compañía, de prestigio) y religiosas (e.g., rol en distintas ceremonias, incluyendo funerarias) de las sociedades del pasado y la actualidad. A nivel tafonómico, fueron agentes que modificaron y destruyeron restos faunísticos. Además, su introducción en nuevos territorios puede haber afectado a las especies autóctonas a través de la depredación, y a los carnívoros por medio de la competición y transmisión de enfermedades. El estudio de los perros prehispánicos en el Cono Sur de Sudamérica, una de las últimas regiones que colonizó la especie, no fue sistemático ni intenso. Esto puede ser atribuido, en primer lugar, a la escasa atención que recibieron los carnívoros en las investigaciones zooarqueológicas, comparados con otras especies que tuvieron un rol central en la subsistencia y en otras esferas de la organización social de las poblaciones humanas del pasado (e.g., camélidos silvestres y domesticados). Segundo, a la complejidad para diferenciar a los restos fragmentarios de perros de los cánidos silvestres actuales y fósiles (e.g. Lycalopex culpaeus, Lycalopex gymnocercus, Lycalopex griseus, Lycalopex fulvipes, Chrysocyon brachyurus, Cerdocyon thous, Speothos venaticus, Atelocynus microtis, Dusicyon avus, Dusicyon australis). Y, principalmente, a la baja frecuencia relativa de restos del taxón en los sitios arqueológicos del Cono Sur. Esto ocasionó que no se disponga de un modelo integral sobre la cronología, posibles vías de dispersión de la especie, su variabilidad morfológica y sus posibles roles, funciones y estatus sociales. En esta tesis se presentan los resultados de las investigaciones zooarqueológicas de perros depositados en colecciones y en museos, que fueron recuperados en diversas regiones del Cono Sur, que incluyen el Altiplano boliviano, el Noroeste argentino, el Norte Chico y Zona Central de Chile, el Noreste argentino y Tierras Bajas adyacentes, y en Pampa-Patagonia. Los registros confiables de C. familiaris comienzan en el Holoceno tardío, hace aproximadamente 2500 años AP en el Noreste argentino, y su número aumenta progresivamente hasta alcanzar la mayor abundancia en el lapso ca. 1500-500 años AP. Por el momento, no hay evidencia para sostener su presencia durante el Holoceno temprano y medio. Si bien aún persisten grandes regiones con ausencia de perros confirmados (e.g., Gran Chaco, Centro-oeste y Sierras Centrales de Argentina, sur de la Patagonia), que no estaría relacionado con sesgos en la cantidad de investigaciones, su identificación en nuevos territorios (e.g., Norte Chico, Zona Central y Patagonia de Chile, Paraná medio del Noreste argentino) permitió ampliar la distribución prehispánica conocida de la especie. El área con mayor cantidad de registros fue en las sociedades agro-pastoriles del Noroeste argentino, seguido por los grupos cazadores-recolectores de las Tierras Bajas (Noreste argentino, Uruguay y sur de Brasil). En una baja proporción, estaban en el Norte Chico y Zona central de Chile, Altiplano boliviano, región pampeana argentina, Patagonia oriental y occidental, y posiblemente la Zona Sur de Chile. Se proponen dos vectores principales de introducción y dispersión de C. familiaris en el Cono Sur. La primera vía transcurre desde los Andes centrales, continúa por los Andes centro-meridionales y llega hasta Pampa-Patagonia. La otra se inicia en los Andes centrales y se dirige hacia las Tierras Bajas del Noreste argentino, sur de Brasil y Uruguay. Varios perros con información isotópica (e.g., Noroeste y Noreste argentino, Patagonia oriental) mostraron similitudes paleodietarias con los humanos con los que convivían. Por un lado, esto sugiere que dependieron de los humanos para alimentarse, ya sea porque fueron alimentados intencionalmente y/o porque consumían sus desechos (restos de comidas y heces), y por el otro, que eran perros locales. También se detectaron diferencias con las dietas humanas (e.g., Noreste argentino, Patagonia oriental y occidental). En dos perros de la Patagonia (sitios arqueológicos GUA-010 Conchal y Angostura 1), los datos de los isótopos estables (carbono, nitrógeno y oxígeno), en combinación con información arqueológica, sugieren que se trató de animales alóctonos al área de su hallazgo, por lo que fueron introducidos. Para el perro recuperado en el sitio GUA-010 Conchal (Patagonia occidental) se propuso como escenario más probable que habría sido obtenido por los grupos cazadores-recolectores marinos por medio de redes de intercambio con el sur de Chile (36°-42°S). Para el individuo obtenido en el sitio Angostura 1 (Patagonia oriental) se planteó un origen andino, posiblemente introducido por las sociedades cazadoras-recolectoras por medio de intercambios desde el Noroeste argentino, en un contexto de aumento de las interacciones sociales entre grupos geográficamente distantes (más de 1000 km). En comparación a los cánidos introducidos por los europeos, los perros prehispánicos del área de estudio eran de menor tamaño (de porte mediano a pequeño) y con un cráneo con una morfología diferente (principalmente dentro del rango braquicéfalo-mesocéfalo). Los datos de la altura a la cruz (entre 40-49 cm) y robustez de la diáfisis (entre 6,87-7,93) señalan homogeneidad para estas variables. En la masa corporal también se registran similitudes generales entre los perros precolombinos del Cono Sur, la mayoría menores a los 20 kg, aunque con ciertas diferencias entre las regiones. En el Noroeste argentino se observa un predominio de ejemplares de entre 10-15 kg; en el Noreste argentino, Uruguay y Altiplano boliviano existieron C. familiaris un poco más grandes (entre 15-25 kg), y el morfotipo más pequeño fue hallado en Patagonia occidental, con un individuo de sólo 3-4 kg. La mayor proporción de los perros prehispánicos eran de cráneo ancho y hocicos cortos, con mandíbulas cortas, robustas y con apiñamiento alveolar, compatibles con el morfotipo braquicéfalo. Este tipo de animales tuvo un predominio significativo en el Noroeste argentino. En menor abundancia existieron perros con cráneos con un largo y ancho proporcionado, con maxilares y mandíbulas sin grandes diastemas (mesocéfalos); los ejemplares con un cráneo y hocico largo, paladar angosto, y con maxilares y mandíbulas con grandes diastemas (dolicocéfalos), estaban en baja proporción. Se registraron C. familiaris en tres tipos de contextos funerarios-ceremoniales, de mayor a menor abundancia: entierros individuales, entierros en estrecha asociación espacial con el de los humanos, y el uso de cráneos/mandíbulas como ajuar en entierros de personas. Los entierros individuales señalan que fueron animales importantes para las sociedades; a partir de los análisis tafonómicos y de información arqueológica contextual, se propuso que algunos de estos perros (de los sitios El Olivar, Quilén 1, Sierra Apas) disponían de un estatus social quasi humano. Los hallazgos asociados espacialmente con los entierros humanos sugieren que alguno de ellos se trató de las mascotas sacrificadas del difunto, con la función de ser acompañantes luego de su muerte. La presencia de cráneos y mandíbulas acompañando a las inhumaciones de personas indica que estos elementos tuvieron un valor simbólico especial. Por otra parte, no existe evidencia arqueológica que indique que los perros prehispánicos del Cono Sur tuvieron un rol importante en las labores como el pastoreo y la caza, sino que a lo sumo fue secundario o marginal. La presencia de huellas de procesamiento (e.g., huellas de corte, de raspado, fracturas en estado fresco y negativos de impacto), registradas en ejemplares del Noreste (sitios La Lechuza, La Palmera V, Sambaquí de Puerto Landa, Cerros de los Pampas) y Noroeste argentino (sitios Til 1, Tastil, Las Pailas), indican que se consumió la carne y médula ósea, que se habrían aprovechado sus pelajes y cueros para confeccionar vestimentas o artefactos, sus huesos para realizar instrumentos y sus dientes para adornos. Aun así, los pocos casos de cinofagia no permiten considerarla una práctica extendida ni predominante para el Cono Sur. Por el contrario, la escasa evidencia indicaría que fue una práctica esporádica, y probablemente sujeta a complejos sistemas simbólicos de permisos y restricciones. Finalmente, las diversas relaciones registradas entre los humanos y los perros en el mismo sitio y/o período temporal informan que estos animales tenían una posición social ambigua en las sociedades prehispánicas. Mientras que algunos ejemplares disponían de un estatus social quasi humano, otros fueron consumidos y sus restos expuestos al carroñeo, lo cual sugiere que no tuvieron un respeto especial.