La fascinante historia de la reflexión sobre el problema de la forma viva puede ser un contrapunto productivo para pensar en otro problema que, según cómo se lo vea, está íntimamente asociado o es completamente diferente: a saber, el surgimiento de la forma artística.
En el punto en el que nos sitúa la idea de Buffon, la oposición es estricta: para él resultaba claro que no se podía pensar en el desarrollo de un organismo en los mismos términos en que un pintor hace un cuadro o un escultor una estatua. Justamente, se trataba de romper con la larga tradición que, al menos desde Platón, no hacía más que insistir en esa analogía: la idea inteligible es como un molde para la forma sensible, y Dios es el Gran Artista que incansablemente moldea la materia informe en objetos y criaturas, el demiurgo que da cuenta del pasaje y el enlace entre el plan inmaterial y la cosa extensa que resulta de él.
En el arte que hacen los hombres, podemos concebir dos maneras prototípicas de llegar a la forma: por adición o por sustracción. Los paradigmas correspondientes serían la pintura, en que el artista añade sucesivamente los colores sobre la tela; y la escultura, en la que quita lo que “sobra” a un bloque de materia bruta.
El concepto de molde interno dispone un tercer mecanismo: la incorporación espontánea de materia a un orden preexistente, tal vez como partículas que quedan atrapadas en un campo de fuerzas, en una cierta gravedad o magnetismo que les confiere su sitio en un múltiple organizado que a partir de ese momento contribuyen a reforzar y aumentar. Ya no hablamos de adición ni de sustracción, sino de desarrollo. Ya no se trata de la manipulación directa de la forma, sino de la disposición de un sistema que, de algún modo y en razón de ciertas leyes, hace forma por sí solo.
Completando el círculo, podemos hacer retornar al arte esta idea del desarrollo de la forma. Es en esa zona de colisión donde tiene lugar el llamado arte generativo. Se trata de una tendencia que en nuestro tiempo ha cobrado visibilidad e impulso por la proliferación de las computadoras como herramientas al alcance de todos.
Estas “máquinas programables” son dispositivos ideales para echar a andar sistemas de reglas relativamente elaborados que, entre muchas otras posibilidades, pueden orientarse a la creación de forma visual y sonora. La capacidad de los sistemas digitales para ejecutar una gran cantidad de instrucciones con gran precisión y a gran velocidad los convierte en ayudantes ideales para la ejecución de planes tan complejos que su resultado final es muchas veces totalmente impredecible.