El año pasado tuvimos la suerte de que, entre los muchos estrenos de taquilla, nos tocara una superproducción histórica que trata sobre la vida de Napoleón Bonaparte. En esta nueva entrega de Ridley Scott se nos ofrece una reconstrucción histórica muy particular de la era napoleónica. No nos detendremos aquí en las incorrecciones históricas sino en qué forma retrata la memoria histórica del periodo y su relación con el presente. La película abre con una mirada claramente de un revisio-nismo antirrevolucionario con la frase “El pueblo entra en revolución por la miseria para ser devuelto a ella por la revolución” acompañado de la brutal decapitación de Maria Antonieta quien camina por una plaza llena de una muchedumbre bruta y violenta. Napoleon nos es introducido como un perso-naje al que la violencia de ese pueblo bruto le repugna, más aún, la política revolucionaria le parece una pérdida de tiempo. La película, mediante su edición, nos muestra mediante el discurso de un Robespierre que defiende la revolución mientras Napoleon y Barras discuten a puertas cerradas la realpolitik, la política de guerra y control territorial. El poder, en definitiva, se nos muestra como una extensión de la fuerza militar y no más que eso.