Augusto encontró pequeñas semillas y, junto a su padre, decidió plantarlas en sus tierras, esperando que crecieran hermosos árboles. Con el tiempo, Augusto se impacientó al ver solo ramas y hojas. Su padre le explicó que algunos árboles tardan años en crecer, incluso hasta un siglo, pero cada uno aportaría aire nuevo al mundo. Aunque Augusto no vería todos los árboles en su esplendor, su padre le aseguró que, cuando él fuera mayor, sus hijos disfrutarían los frutos. Con el paso de los años, Augusto siguió plantando, y hoy sus bisnietos disfrutan los frutos y la sombra de aquellos árboles, recordando con gratitud su legado.