Es difícil y arbitrario poner un punto de corte definido a los registros de presión arterial, dado que el riesgo cardiovascular relacionado a hipertensión es una especie de valor continuo sin un umbral preciso. La definición de hipertensión arterial adoptada por las guías europeas nos habla de un valor umbral de presión arterial, por encima del cual se podría realizar una intervención terapéutica que obtenga beneficios clínicos demostrados en ensayos clínicos. Por lo cual bajo esta definición podríamos considerar los valores clásicos. Tomado así, las guías europeas definen la presencia de hipertensión cuando en dos o más visitas separadas por, al menos, una semana, los promedios de dos o más mediciones de presión arterial son iguales o mayores a 90 mm Hg para la tensión arterial diastólica (TAD) y 140 mm Hg para la tensión arterial sistólica (TAS). Se considera como hipertensión sistólica aislada, cuando la presión arterial sistólica es mayor a 140 mm Hg, y la presión diastólica, inferior a 90 mm Hg (Guías europeas de hipertensión 2018 European Heart Journal (2018) 00, 1–98).
Esta definición se ha mantenido en los últimos años sin mayores controversias. Hasta que recientemente las guías del “American College of Cardiology” (ACC) propusieron un cambio en los valores de corte, definiendo como hipertensión un valor mayor a 130-80 mm Hg.
En el estudio PSC (“Prospective Studies Colaboration”), sobre una base de datos de casi un millón de personas se vio que, a partir de un valor de presión sistólica (TAS) de 110-115 mm hg y de diastólica (TAD) de 70 a 75 mm hg, todo aumento de la TAS de 20 mm hg o de 10 mm hg de la TAD produce un aumento a más del doble del riesgo de muerte por ACV y cardiopatía isquémica en edades entre 40 a 69 años, aunque cae a la mitad entre 80 a 89 años.