Una mirada social de la prehistoria no puede menospreciar la capacidad de las personas para tomar decisiones, planificar y responder creativamente a los desafíos de su entorno físico y social, al tiempo que lo transforman. En este sentido, coincidimos ampliamente con el posicionamiento de Clive Gamble (2001), quien propone, en línea con los postulados de la antropología social, que, si bien la prehistoria se ocupa del análisis de estructuras que persisten en el tiempo, estas no son estáticas y, para las personas involucradas, se convierten en recursos llenos de potencial, cuyas normas y tendencias son negociadas y re - significadas.
Esta perspectiva “de abajo hacia arriba” en términos de Gamble –es decir, partiendo desde el individuo y el armado de redes que, en última instancia, son responsables de crear y garantizar la continuidad de la sociedad– resulta de gran interés porque permite repensar conceptos como “evolución” y “adaptación”, que tradicionalmente se han encontrado teñidos de un sesgo biologicista, y por lo tanto han desestimado la importancia de los comportamientos culturales en el proceso evolutivo. Un abordaje social de la prehistoria no puede ignorar el papel de las personas concretas como movilizadoras del cambio social (aquellos que tienen lugar hace miles o millones de años atrás), sin perder de vista que estas acciones se realizan en condiciones que ellas mismas no han elegido, pero sobre las cuales existe una gama de elecciones y estrategias posibles, desde donde se vislumbran formas de organización y cooperación.
El registro fósil abordado desde un punto de vista empírico - inductivo y social, ha permitido advertir comportamientos indiscutiblemente sociales por parte de especies cronológicamente anteriores y distantes del Homo sapiens. También los objetos recuperados testimonian la agencia humana en clave situada, y a lo largo del tiempo.
La perspectiva social para analizar el mundo de la prehistoria es interesante ya que, a decir de Claude Lévi-Strauss en su ensayo “Raza y cultura” (1952), a menudo son las pautas sociales y culturales las que determinan en última instancia los rasgos biológicos, razón por la cual los trasvases entre las ciencias sociales y naturales no solamente son virtuosos sino necesarios.
En este capítulo nos ocuparemos de problematizar estas cuestiones, a partir de establecer un diálogo entre la perspectiva social y las evidencias del registro prehistórico, atendiendo a ciertos rasgos que se fosilizan y de los cuales podemos inferir determinados tipos de comportamientos de los seres humanos.