Hemos considerado partir de la pregunta que Freud se exhorta a responder en su célebre texto Más allá del principio del placer. Pregunta que podría formularse del siguiente modo ¿cómo es posible que sea el principio del placer lo que gobierna el aparato si se repite lo displacentero? La primera parte de esta pregunta cuestiona que el principio del placer comande el funcionamiento de lo anímico así como a la concepción misma del inconciente reprimido. La segunda parte atañe al displacer y a su naturaleza.
Freud formula las primeras concepciones de su funcionamiento en el marco del principio del placer como rector del aparato anímico. Allí se enmarca la pulsión como una fuerza constante, cuya meta es la cancelación del estado de tensión. En el intento de reinstalación de un estado de equilibrio para el aparato –intento que se repite constantemente– el aumento caracteriza lo que se experimenta como displacentero. El funcionamiento de lo anímico en su regulación buscará bajar esa tensión, vía la descarga, a fin de reencontrar el placer.
El placer se asume como descarga de la tensión y es concebido en términos económicos.
No se trata de un placer referido al bien del sujeto, sino de una descarga que apunta a evitar que se genere displacer. En el Manuscrito K de 1896 Freud advierte que algo escapa a la defensa: “dentro de la vida sexual tiene que existir una fuente independiente de desprendimiento de displacer” (FREUD 1896b/1979-82, p. 262) independiente del principio del placer e independiente del bien del sujeto.