La década de los años veinte en la Argentina fue el escenario del desembarco y aparición de las llamadas vanguardias históricas. Algunas de ellas vinieron de la mano de escritores jóvenes recién llegados de Europa, tal es el caso del ultraísmo y Jorge Luis Borges. Otras, como aconteció con el surrealismo, escuela a la que nos referiremos, tienen un arribo más fortuito. Así lo atestigua quien fuera a la larga el animador principal de este movimiento estético en la Argentina, Aldo Pellegrini. En una carta dirigida a la crítica Graciela de Sola, que la autora publica en su libro Proyecciones del surrealismo en la Argentina, se menciona ese acontecimiento fundacional. Pellegrini hará referencia a la lectura de un número del diario Crítica, dedicado a Anatole France (a quien consideraba falto de pasión y asociado a un «escepticismo barato», una «caricatura del verdadero disconfomismo»), como lo que permite su primer encuentro con algunos autores surrealistas.