En la historia de la humanidad los conflictos están presentes desde tiempos remotos. La definición más común que suele hacerse de conflicto es aquella que tiene en cuenta al choque de intereses –en su mayoría intereses vitales- al menos entre dos partes, ya sea por parte de grupos organizados, Estados, grupos de Estados u organizaciones, que van en busca de alcanzar sus intereses y la consecución de sus objetivos . Al hablar de interés vital hacemos referencia a aquél que cuando se ve amenazado afecta seriamente a la subsistencia del Estado o a la seguridad nacional, tanto en el ámbito diplomático como en el militar. Por lo que el interés vital dependerá de lo que cada Estado considere como importante para sí.
No obstante, el fenómeno que hemos elegido para analizar va más allá de la consideración de choque de intereses, en éste hay que tener en cuenta otros aspectos tanto o más importantes, como son las cuestiones volitivas de los hombres. Es por eso que hemos decido definir al conflicto desde la visión de Max Weber en la cual el conflicto no es otra cosa que el choque de voluntades en procura de un derecho objetivo. No considerar este aspecto volitivo es comenzar a analizar un fenómeno sin tener en cuenta su esencia medular. El conflicto entendido desde el punto de vista social es esencial para analizar al terrorismo, ya que el accionar terrorista se encuentra íntimamente conectado a frustraciones, carencias, que hacen de motor para dichos actos.
Somos conscientes que desde la antigüedad los conflictos y las cuestiones bélicas han sido un asunto de suma importancia para todos los hombres. No obstante, la situación cambia cuando hacemos mención del término “terrorismo” al cual asociamos inmediatamente a la violencia, al conflicto, a las muertes, a los actos suicidas, al fundamentalismo islámico, y, hasta al Islam, englobando a todos estos conceptos en una misma categoría, y, creyendo que el mismo existe sólo a partir de los atentados acaecidos el 11 de Septiembre de 2001 (11-S) en los Estados Unidos.