Hace casi una década, en los análisis sobre la evolución de la criminalidad organizada en América Latina comenzaba a ocupar un lugar destacado México, preanunciando lo que se registraría durante toda la gestión del presidente Felipe Calderón: el Estado enfrentado a organizaciones ilegales crecientemente complejas, que emplean la violencia como metodología y ejercen el poder sobre importantes porciones del territorio, configurando un cuadro donde los niveles de seguridad ciudadana decaen de manera abrupta y los homicidios violentos se incrementan de manera vertiginosa.
Esto mismo es lo que está ocurriendo en Venezuela, según se desprende de múltiples fuentes. En materia criminal, el México de la primera década de este siglo es la Venezuela del segundo decenio, aunque con las particularidades propias de cada caso, claro está. Y en lo que hace a la violencia, según el independiente Observatorio Nacional de Violencia (ONV) los homicidios registrados en el país treparon de 8 mil en el año 2000 a casi 25 mil en el año 2014, incrementándose la cifra en un millar cada ejercicio anual y resultando en un total de más de 213 mil personas asesinadas en ese lapso.