La problemática de la violencia lleva décadas ganando las portadas de los diarios en El Salvador. Desde la Guerra Civil y la posterior pacificación, el rol que han adquirido las Maras en la profundización de la (in)seguridad pública debe ser resaltado. Lo que a principios de este siglo aparecía como un fenómeno social complejo, fue adquiriendo nuevas aristas hasta convertirse en un flagelo criminal sumamente difícil de explicar, entender y erradicar. El Estado y todas sus imperfecciones, dan cuenta no sólo de la incapacidad de detener el crecimiento de las Maras sino también de cómo es posible generar las condiciones para su expansión aun sin quererlo. La tregua pactada allá por el año 2012 que pareció darle un respiro a la sociedad civil, terminó convirtiéndose en un boomerang y hoy hablamos del país más violento del hemisferio, el segundo más violento del mundo (Después de Siria), que sin duda atraviesa un grave crisis no solo de seguridad sino también institucional. En este sentido, los sucesivos gobiernos parecen profundizar la crisis sucesivamente.
Desde el final de la tregua (que significó el reconocimiento de que el Estado no puede manejar la problemática de las Maras) hasta hoy, la situación no ha dejado de agravarse.