Corría el año 2014 y en las escuelas de la ciudad de Buenos Aires se vivía un tensionante clima de cambio: la implementación de la Ley de Educación Nacional materializada en lo que dio en llamarse la Nueva Escuela Secundaria. Durante todo aquel año, en las jornadas institucionales se estudiaron los diseños curriculares de las asignaturas, se debatió sobre la nueva metodología de enseñanza propuesta y se redactaron los núcleos de aprendizaje prioritarios en reuniones departamentales. Fue en este clima de discusión cuando surgió, entre los compañeros de Letras, una lectura un tanto apocalíptica del diseño: “ya no hay que enseñar gramática”. Hay algo de cierto en esta lectura del documento curricular, en tanto su letra habilita la no enseñanza de los tradicionales contenidos de lengua en recomendaciones del tipo “Los contenidos de gramática oracional están incluidos en los diseños curriculares de la escuela primaria. Se propone retomarlos si el profesor considera que resulta necesario” (Ministerio de Educación, 2013, p. 444). Y también hay, para ese entonces, una legitimación en las prácticas de enseñanza en el ámbito de la Provincia de Buenos Aires –particularmente en el Gran Buenos Aires, que tiene vínculos con la ciudad por ser lugares de trabajo comunes de los docentes–donde se había implementado el cambio de perspectiva metodológica desde 2006 con el pasaje de la Lengua a las Prácticas del Lenguaje.