América del Sur parece atrapada en la dicotomía integración-fragmentación. En una región con creciente inestabilidad política que origina profundos cambios en la dirección de la Política Exterior, el sueño de integración anhelado por Bolívar y tantos otros parece estar lejos de concretarse, al menos en un futuro cercano.
Ha habido a lo largo de las décadas numerosos intentos por conformar instituciones que motoricen la integración.
Y es que el subcontinente sudamericano tiene la particularidad de combinar distintos procesos de integración:
algunos paralizados (por ejemplo UNASUR) y otros vigentes -sin dudas el más exitoso ha sido el Mercosur (Schvarzer, 2001 )-, que cobrarán mayor o menor fuerza de acuerdo al deseo político del gobierno de turno puesto que, en nuestros países de naturaleza marcadamente presidencialista y con fuertes tendencias al personalismo, los presidentes y la diplomacia presidencial han jugado y juegan un rol clave en motorizar o ralentizar procesos de integración.
De esto se deriva otra de las dificultades de la integración latinoamericana y es que, como lo plantea Kacowicz (2008) el contexto económico y el desempeño en la economía “realmente forja y hasta determina las relaciones internacionales de América Latina” (Kacowicz, 2008, p 117) y como la región se inserta en el mundo.
Una inserción internacional que dista de ser coherente, sistemática y unificada en donde predominan y conviven diferentes modelos de inserción que, como dijimos, son reactivados o dejados de lado según el gobierno de turno, donde se mezclan las cuestiones ideológicas con el diseño de la Política Exterior.
Así, los países de la región ignoran uno de los preceptos centrales de la autonomía (Puig, 1986) como el objetivo final de una Política Exterior y como una respuesta flexible, es decir desideologizada y no dogmatizada, al Sistema Internacional en el cual América Latina se inserta en condición de dependiente.