El siglo XXI configura un nuevo escenario de disputa por el poder global. El contexto relacional entre los actores estatales se enmarca en novedosas fuentes de potencialidad que se vinculan con diversas áreas temáticas de interés nacional. La distribución del poder internacional dejó de ser jerárquica y vertical para convertirse en difusa y trasnacional, generando relaciones asimétricas de dominio material e inmaterial.
Los espacios geoestratégicos conminan a los estados a innovar en materia de seguridad internacional y defensa.
La fisonomía de las amenazas no convencionales multiplica el área de influencia y control en un proceso liminar que se configura como espacio multidominio. Más allá de las disputas tradicionales, el ciberespacio aparece como el mercado propicio de conquista ante los flamantes desafíos que presupone la nueva distribución geográfica del poder.
En este interregno de crisis hegemónica donde no prevalecen actores occidentales prominentes que puedan imponer la agenda de asuntos mundiales en relación a las amenazas trasnacionales, aparecen actores no occidentales a la vanguardia de las ciberamenazas, un campo de disputa neurálgico para el futuro inmediato de las relaciones internacionales y los mecanismos de defensa cibernéticos.
En este sentido, la República Popular China viene llevando a cabo desde 2016 avances sumamente trascendentales en relación a la transferencia de datos con infraestructura cuántica para la creación de una red de comunicaciones globales imposible de ser modificada o interceptada por medios convencionales.
Con la puesta a punto de un multimillonario programa espacial, el gigante asiático demostró un poderío tecnológico de implicaciones geoestratégicas, optimizando los sistemas de ciberseguridad mediante instalaciones de primer nivel. La introducción de nuevas normativas destinadas a limitar la importación de insumos tecnológicos provenientes de los Estados Unidos, posiciona a China no sólo como la segunda economía mundial, sino también como potencia espacial y tecnológica.