El conflicto armado en Siria ha entrado a su décimo año y con él se ha llevado la vida de más de 400.000 personas; un conflicto que a corto plazo no encuentra un horizonte de resolución concreta. Si ello no fuera suficiente, la nueva pandemia mundial generada por el virus COVID-19, no es ajena a la zona de conflicto, sobre todo los casos en la vecina Turquía que ascienden a más de 170.000 contagiados, siendo uno de los países más afectados por la pandemia, y con ello, máxime teniendo en cuenta la invasión de tropas turcas, y de comerciantes ilegales que traspasan las débiles fronteras entre los países, el COVID no tardó en llegar a suelo sirio constatándose el primer caso el 22 de marzo de 2020 según lo informado por el Ministerio de Salud Sirio. Al día de hoy según el mismo ministerio los afectados por el virus ascienden a 144, de los cuales 62 se han recuperado y 6 han fallecido.
A estas cifras hay que ponerlas en el contexto del país, donde gran parte de la infraestructura sanitaria ha sido destruida tras casi una década de enfrentamientos entre tropas del ejército sirio y sus aliados (tropas rusas, Hezbollah18, tropas del ejército iraní), rebeldes de diferentes facciones -ejercito libre sirio por ejemplo- Al Qaeda y su filial Al Nusra, ISIS, fuerzas kurdas, y tropas turcas, estadounidenses y una coalición de miembros de la OTAN que se han instalado en territorio sirio; con zonas en las que el gobierno no tiene acceso y por consiguiente sin posibilidad de contar con un control efectivo de la enfermedad y de los datos sobre los posibles afectados por el coronavirus.- Frente a este complejo momento del país, también se ha notado un incremento en la influencia de las principales potencias, que ven en Siria un lugar estratégico que, más allá de los fundamentos planteados para su presencia en el lugar, han decidido potenciar para lograr una supremacía en este punto de conexión con Asia y Europa.