Las narrativas de odio, hartazgo e indignación se instalaron abiertamente en el contexto pandémico. Se profundizan los antagonismos sociales, potenciando un discurso que resulta difícil de abordar para los distintos gobiernos del mundo o las oposiciones que disputan poder.
Si bien no es ninguna novedad ni tampoco una invención creativa, los relatos de la exasperación incluyen la destitución del otro y el vaciamiento de toda instancia de conversación o debate en el plano social. Tanto en la Argentina como en otros países de la región y Europa, la calificación de una otredad enemiga funciona como catalizador y matriz que choca directo contra los límites de las democracias.
Para Teun Van Dijk, el discurso de odio no integra únicamente la emocionalidad ni las coordenadas meramente afectiva. Puede constituir una mecánica muy racional, cerebral y esquemática, con el propósito de excluir y desplazar a sabiendas del daño. “Cuando a veces hablamos de ideologías del ‘odio’, como es el caso de las ideologías sexistas o racistas, no hablamos de emociones, sino de evaluaciones negativas (opiniones) compartidas» (2005), recalca el lingüista.
En la indignación se cobijan las frustraciones y las insatisfacciones, así como los deseos postergados y las desgracias generalizadas. En el ruido de la ira, las provocaciones se vuelven corrientes y las redes sociales exacerban ese proceso a fin de forjar coincidencias entre grupos disímiles. Desde ese plano, la lesión democrática se torna inevitable y no deja de ser un procedimiento buscado de agresión y maltrato, sostenido a partir de la furia.
Según Chantal Mouffe, la eficacia de la democracia exige una confrontación de posiciones políticas también democráticas porque, si esto no ocurre, siempre existirá el peligro de que “esa confrontación democrática sea reemplazada por una confrontación entre valores morales no negociables” (2019). Por tanto, si las fronteras políticas se vuelven difusas y confusas, se manifiesta un desafecto hacia los derechos civiles. Y sin dirección política ni contribución democrática, esos discursos se filtran y articulan distintas expulsiones: crecen las identidades colectivas que giran en torno a esencialismos e intransigencias.