Relatos de época se quiere cartografía. Aprendimos, con Lacan, que la carta puede estar a la vista, aunque bien podemos no verla. Además, aprendimos con Deleuze que una carta no es un mapa y que la cartografía descree de la mímesis, aunque eche mano de lo mimético. Una cartografía como la de Relatos de época quiere pues contar una época, el medio siglo liberal, mediante un principio económico distante tanto del tacaño patrimonialismo de menudeo, como del descriptivismo de antropólogos biomédicos. La idea no es sacar provecho de lo nimio, ni vivir de la renta de la tradición para crear, a partir de deshechos, las sobras del prorrogado festín. Al contrario, se trata de sacar lo máximo de lo máximo, gastar con prodigalidad, guiándonos por Apolo, el conductor de las musas, suerte de Dionisos transfigurado, cuya divisa bien podría ser la del dispendio: A piacere. El resultado es un libro extraño, como el de Sicardi, un libro-síntesis. Emparentado pues con la creación de fuerzas, el rapsodismo de Relatos de época nos instala en el tiempo del comienzo, de un origen anoriginal, de un salto al vacío, Ursprung, diría Benjamin. Y eso provoca que la misma escritura del libro no se detenga en la convención de una forma, de un género, sino que salte, atraviese campos, tienda puentes. Relatos de época es un Decameron Belle-Époque.