Que el arte alto, o serio, tenga fronteras indecisas con el arte bajo, el arte popular, o de consumo de masas, no es una característica del presente, ya que contamos con excelentes ejemplos de gran arte popular en otras épocas. Pero es cierto que, a partir de la Revolución Francesa, con la caída de la aristocracia y el surgimiento de la burguesía como clase dominante, aparece una forma de drama, el melodrama, que, como señala Amícola en Camp y posvanguardia, presenta rasgos gruesos y exagerados, contrastes inequívocos: los personajes malos son completamente malos, los buenos completamente buenos. Busca instruir deleitando, pero sus enseñanzas son toscas, los significados rotundamente nítidos, como si se temiera confundir al público. Denota una tendencia al puritanismo y a la respetabilidad de las costumbres. Los libretos melodramáticos de la ópera decimonónica y la escritura musical liquidan a los personajes y las voces ambiguas de los castrados y requieren distinciones netas, contrastes precisos entre lo masculino y lo femenino. El andrógino desaparece. La ópera burguesa deja más los argumentos míticos y se concentra en el modelo supuestamente “realista” de la familia con rígidas distinciones de género sexual.