Los procesos y relaciones políticas, económicas y sociales ocurridos en las últimas décadas a nivel global, generan nuevas transformaciones territoriales a nivel local, vinculadas a las nuevas lógicas de producción. El paisaje ha llegado al debate territorial para no irse, debido al “papel relevante que el paisaje tiene y ha tenido siempre en la formación y consolidación de identidades territoriales” (Nogué, 2010, p.125). El paisaje actúa como articulador de los conflictos de carácter territorial y ambiental de la sociedad. La pérdida de carácter propio y rasgos distintivos territoriales locales debido a procesos no consensuados, provoca que la sociedad se levante indignada, genere un estado de opinión, y conecte con una corriente de fondo que reclama, una nueva cultura del territorio.
“El paisaje es, a la vez, una realidad física y la representación que culturalmente nos hacemos de ella” (Nogué, 2009, p.138), requiere de la mirada interdisciplinaria y multiescalar para poder analizar las transformaciones necesarias que se producen en las escalas urbana y territorial de la ciudad a través de la planificación. Esto determina su alto grado de complejidad como concepto, pero también su atractivo para analizar.