Al calor de un modernismo decadentista a través del cual pudo estampar una de las imágenes más intensamente modernas de la ciudad latinoamericana, el poeta cubano Julián del Casal vivió paradojalmente toda su vida bajo el dominio de la Colonia española. La burocracia imperial no le impidió “ser absolutamente moderno” como quería Rimbaud aunque el poeta francés que más lo fascinó y guió sus pasos hacia el modo de concebir la poesía fue Charles Baudelaire, de quien tradujo una serie de poemas en prosa. La fuerza para “ser absolutamente moderno” en poesía, el cubano la encontró en los libros, no en el mundo, en los poemas, no en los referentes, no en la realidad social. Absoluta modernidad la de la poesía de Julián del Casal: absuelta del medio ambiente, de su inventario y toponimia, absuelta del registro positivista en su afán constatativo con el orden de la empiria. Es una modernidad absuelta y, también disuelta: hay una presencia disoluta en su poesía, una presencia demasiado ambigua, un deseo de provocación que sabe esconder entre líneas y situar en un punto de insinuación, allí donde se confunden la sugerencia simbolista y la confesión siempre cifrada.