Claudia Gilman recorre las relaciones entre cultura y política en América Latina durante un período clave en la historia de la intelectualidad latinoamericana: los 60/70. Considerar este bloque temporal como época le permite indagar desde diversas perspectivas los avatares y posicionamientos del intelectual/escritor según “lo que es públicamente decible y aceptable”, “las condiciones históricas para que surja un objeto de discurso” (36). En este sentido, los ocho capítulos que organizan el ensayo analizan las intervenciones públicas del intelectual, especialmente a partir del soporte discursivo por excelencia de la época: las revistas (Casa de las Américas, Marcha, Libre, Siempre!, Amaru, Mundo Nuevo, entre otras), junto con otros espacios de intervención como fueron los congresos, encuentros, jornadas, etc. El análisis de la palabra, de los discursos, ilumina continuidades y rupturas, consensos y quiebres de ésta época signada por un momento inaugural y original como la Revolución Cubana. A partir de ella el período se divide en dos etapas, la primera desde 1959 (triunfo de la Revolución) hasta 1966 y la segunda y última entre 1968 y los 70 hasta su emblemática clausura con el derrocamiento de Salvador Allende en Chile. Estos dos momentos de la época constituyen el eje a partir del cual Gilman aborda el rol del intelectual latinoamericano. Los primeros años están signados por la reunión de la familia intelectual y la adhesión a la Revolución y la segunda etapa, por las fracturas, los quiebres a partir de un nuevo escenario revolucionario que pone de manifiesto una lucha entre dos modelos de intelectual: el del intelectual crítico, autónomo y aquel que intenta imponer la Revolución institucionalizada, obediente a los imperativos revolucionarios, a la administración cultural en el poder.