Basta con cruzarse semanalmente con los suplementos y revistas culturales para ver que la nueva narrativa argentina es un interés y hasta un tópico del momento. Se trata, por supuesto, de un interés y un tópico que recurren periódicamente, toda vez que la nuestra es la tradición de lo nuevo. Aún así, las lecturas del presente que en los últimos meses han puesto en el centro de la discusión no sólo el paso de un sistema literario a otro sino también, y sobre todo, la puesta en cuestión, y hasta la transformación, del estatuto mismo de la literatura hoy, de su concepto y de los valores a él asociados (me refiero, centralmente, a las intervenciones de Beatriz Sarlo y Josefina Ludmer, también a las de Reinaldo Laddaga y Tamara Kamenszain), estarían dando la pauta de que esta discusión (que desde luego ni es reciente ni mucho menos exclusiva de la literatura argentina) parece haberse acelerado en nuestro contexto inmediato con el cambio de siglo. Tal vez porque es recién en los últimos años que se ha vuelto más evidente –o más espectacular– el problema más interesante de esa transformación como es el de la tensión, medular cuando se trata del presente inmediato, entre las insistencias del pasado y las líneas de fuga hacia el futuro.