Lenguas Vivas es un trabajo enmarcado en el campo de la Comunicación/Educación, que, a partir de una reflexión de práctica llevada a cabo en la Escuela N° 719 Peñi Hue, de la localidad de Gobernador Costa, provincia de Chubut, busca visibilizar y analizar los desafíos, herramientas, aportes y complejidades que atravesamos como comunicadorxs/educadorxs en contexto rural.
El trabajo está organizado por tres ejes. El primero, “El Reconocimiento del Territorio”, busca, de alguna manera, realizar una construcción contextual que recupere, y exponga la historia de los pueblos originarios de la Patagonia, lugar en el que se realizó la práctica educativa, con el fin de dar cuenta que la realidad actual remite al asesinato, explotación y despojo, a lo largo y ancho de la zona; siendo víctimas de políticas del estado argentino fundadas en el deseo de incorporar estas tierras a las relaciones capitalistas de producción. El segundo, hace un recorrido por "el mundo Educativo y la Ruralidad", que tiene como fin reconocer las legislaciones vigentes en materia educativa a nivel nacional y provincial, la caracterización de las formas de organización escolar, ya sea, escuela urbana, Unidad Educativa Multinivel, escuela sede; y la clasificación y descripción del territorio chubutense, según las condiciones materiales y simbólicas del lugar, que necesariamente nos abre la puerta a la necesidad de pensar en ruralidades, y no en una sola ruralidad.
Por último, el tercer eje, desarrolla la Practica Pedagógica, en donde desde lo narrativo se va contando la experiencia desde la llegada al lugar, hasta la partida, caracterizando la forma de organización de la escuela, las herramientas didácticas, las alianzas y redes de trabajo, las forma de planificar y sus contingencias, un resumen del diseño curricular provincial y un apartado con proyectos e intervenciones que se pueden modificar, ampliar y adaptar a otros escenarios pedagógicos.
Como se menciona en uno de los párrafos finales del TIF: “A la hora de estar en el aula, de irnos a vivir a la meseta, a la ciudad, o cualquier lugar recóndito del mundo debemos procurar, antes que nada, de no olvidar nuestra condición de humanidad, y tratar de ser genuinos en la construcción de los vínculos, para convidar otra forma de habitar esa aula. No está mal compartir un dolor, decir “no sé” cuando no tenemos una respuesta, tentarnos ante un chiste, confundirnos al hablar, porque no somos robots configurados para ese “perfeccionismo”, somos humanos, y pensar en una educación humana implica antes que nada que nosotrxs mismxs podamos romper con el chip que nos formatean de “comportarte como un docente”. Soy docente y lloro cuando se me muere el perro, cuando escucho una injusticia social, se me nota en la mirada cuando hay algún problema en la casa, cuando no llego con el salario a fin de mes, y tantas otras emociones que unx tiende a reprimir por “el ser docente”. Y nuestrxs alumnxs se dan cuenta, y nos preguntan ¿Todo bien señora? Ahí se nos congela el mundo, y no hay teoría que pueda decir qué hacer, pero sí creo que para no ser contradictorxs con nosotrxs mismxs, abrir el juego a nuestras emociones es en algún punto habilitar la empatía”.