A poco de dar a conocer en Madrid sus Cantos de vida y esperanza, Rubén Darío afirmaba que en Francia todo animaba la canción. Los hijos improvisados de Orfeo, cuenta el poeta en La caravana pasa (1903), arrastran sus tonadas por las calles parisinas y la canción “vive en el cabaret, va al campo, ocupa su puesto en el periódico”. Pero ocurre que esa tradición lírica, en la estela de la poética verlaineana –“de la musique avant toute chose”–, es decir la musicalidad elixir de la palabra poética en la concepción órfica del poeta nicaragüense aún degenera, se corrompe, cuando sale a la calle. Pues aunque ese fenómeno castalio-periodístico resulte “útil a la economía de las musas”, el tibio tono festivo en la prosa de Darío cede finalmente a la dialéctica opositiva del poeta modernista para recluirse y resguardarse del “embotellamiento”: “la vieja lira – escribe– se ha vuelto un instrumento que hay que poseer a escondidas”.