Durante la segunda mitad del siglo XX y aún en la actualidad, coexisten en la teoría y práctica penitenciaria dos modelos que suelen aparecer con distintos grados de complementariedad. Un primer modelo que procura equiparar el tratamiento penitenciario a un tratamiento médico, considerando que la tendencia al acto criminal se debe a factores endógenos que deben ser tratados por personal profesional calificado y especializado, como psiquiatras, psicólogos o sociólogos en el contexto de la denominada criminología clínica; un segundo modelo, quizá el más conocido de los modelos de administración de prisiones (el modelo de Dilulio) que restringe severamente la influencia y el control por parte de los empleados de las prisiones y corporiza un modelo burocrático de organización (Wright, 1997; Dilulio, 1989). El primer modelo propone un modelo de intervención activa en pos de modificar los factores individuales vinculados al delito; el segundo modelo sostiene que la detención en sí misma es correctiva y que mayor tiempo de detención implica mayor prevención de delitos.