Decir Darcy Ribeiro es para muchos argentinos decir antropología brasilera y esto no es poco. Aprendí a conocer a Darcy Ribeiro y su obra allá por fines de los años 60. Esa impronta y un año de exilio en Brasil fueron lo suficientemente fuertes como para que una vez en Suecia realizara mi trabajo de tesis de maestría sobre “los nordestinos en São Paulo”. Profundizar en el conocimiento de la antropología brasilera –a la que me vincula el mayor de los reconocimientos– no significó de modo alguno que se opacara o desdibujara la imagen de Darcy Ribeiro, sus preocupaciones y sus aportes. En 1988 y ya de vuelta en Argentina, lo conocí personalmente en el marco del Seminario: “Las políticas culturales y la antropología argentina actual” donde –tal vez revisando aquello de “pueblos trasplantados”– nos decía: los argentinos deben quebrar de una vez y para siempre la entelequia de “país blanco”, deben asumirse en la diversidad que de un modo u otro caracteriza a toda América Latina y nos hermana en ella.
Darcy Ribeiro no sólo se preocupó por Brasil, sino también y conjuntamente, por los orígenes, los conflictos y el destino de América Latina y así lo dejó sentado en su obra.